En beneficio de todos; cállese señora
No tarda en aparecer. Jadea para andar cuatro pasos y se abanica si hace pelín de calor, pero es ágil como una pantera y rauda al conflicto como raudo acuden algunos a recoger su paraguas gratis en una feria de muestras. Es la fémina suprema, la empoderada verbigracia a su Izquierda del alma, antes de la cual el Derecho no habitaba su vida otrora vacía de propósito.
Antes llamadas Choni, ahora las llaman Charo —injusta denominación para aquellas maravillosas Rosario que hemos conocido—, se prodigan hoy por nuestras ciudades, como vigilantes nocturnos (perdón; vigilantas) en un cómic, esperando actuar ante cualquier vulneración de derechos que, perpetrada por la Policía y en nombre de la ultraderecha, se produzca ante su vista. ¡No en mi guardia!
Y ahí llega. La patrulla de la Policía Local agarra por fin al muchacho. No más de quince años, chándal del Paris Saint Germain, bandolera Gucci y tres teléfonos móviles. Dos de ellos no son suyos; el tercero tampoco, pero al menos lleva una SIM a su nombre. Se resiste a la acción policial. Ya había tirado al suelo a una agente y mordido a su compañero dos calles más atrás, ahora patalea y forcejea.
Se agotan las entradas para el espectáculo y ya rodea a los actores una multitud. Murmullos y comentarios. Pero, de entre ellos, una lengua viva. La suya, la de la fémina máxima. ¡Eh, eh, eeeeeh!
No sabe qué pasa ni qué ha pasado, pero sí sabe qué está pasando. Y no puede permitirlo. Saca el móvil, registra cuidadosamente la escena y la sube a sus redes sociales.
¡Eh, eh, eeeeeh! Se oye de fondo en la grabación, cazallero el tono. Misión cumplida. STOP al fascismo. ACAB. Todo aderezado con algunos hashtags y algunos emoticonos. Blue velvet hair, empowered woman, la súper heroína, lo ha vuelto a hacer. Ha entorpecido, aún más si cabe, la difícil labor de unos sufridos policías que, en el silencio de sus pensamientos, envueltos en el siniestro total en que se ha convertido la convivencia vecinal del barrio en el que antaño nunca pasaba nada, y mientras intentan abrochar al niño travieso, se dicen a sí mismos:
—En beneficio de todos; cállese señora.